Autor: Oscar Santos Payán
Editorial: Ediciones Baladí SL
ISBN: 978 -84-937661-2010
Una tarde muy fría paseábamos Isabel y yo arriba y abajo por el paseo lateral del parque, el que daba a la avenida, tan juntos los hombros y las mangas de los abrigos que desde lejos y entre las sombras de las farolas no se nos podía distinguir, el uno del otro. Caminamos y su mano, en el braceo, llenaba la mía a cada paso, me invitaba a tomarla, yo hervía en indecisión, no me atrevía a hacerlo pero era lo que más deseaba en el mundo. Unirme a aquel vínculo que representaba todos los deseos, todos los caminos soñados y pulcramente guardados hacia el primer amor.
No hubo alternativa, insistía en cada paso, me llene de coraje y apreté su mano, con la ingenuidad del iniciado.
Soltándose, se giró y me amonestó, acusándome de tomar su mano descaradamente, sin pedirle permiso. Haciendo énfasis, muy molesta, en que yo ya presumía de ello entre mis amigotes, y no estaba dispuesta a permitirlo, reivindicando su inocencia y pureza.
No hubo razones que aplacaran aquella furia adolescente, ¡ qué bonita estaba! Salí de aquel frio paseo persiguiendo las sombras para esconder mi dolor. No había presumido con los amigos de aquello, su amigo Morales, personaje ocurrente, había urdido aquel maratón de dolor que me quebró mi éxtasis hacia el primer amor.
La ingenuidad es la puerta maravillosa que se ha de romper para dejar la adolescencia en el paseo del parque de los Martires. El trance, en ocasiones, es un largo proceso que se nos abre a golpes dulces y agrios pero con tanto sabor que nos llena de vida.
El libro con este singular título es la primera novela de Oscar Santos Payán, (Salamanca 1969) poeta, escritor y presentador radiofónico, colaborador en revistas como Salamandria o Barataria. Ha ganado premios como el Gloria Fuertes y en 2006 publicó su primer poemario, Infierno sostenido.
La novela camina con el crecimiento personal del protagonista, narrador en primera persona, acompañado de su amigo el invencible Jorgito, el hijo del veterinario, de Genaro, su admirado viajero, que volvió al pueblo para soñar que nunca se había marchado y de Rosario su Dulcinea. Lo guían en un mundo de pueblo de la estepa castellana y que desde empieza el libro, con : “ En Cataratas del Mar no hay agua, aunque el mismo nombre lo denuncie. No la hay, seguro, ni dulce ni salada” , deja claro que paisaje decora la historia.
El autor ágil con el lenguaje, ha medido la sintaxis para que la acción y los diálogos nos lleven en volandas sin casi tocar el suelo, su conocimiento del mundo rural le ayuda a manejar un léxico rico y cercano. No descansa en la forma, escribir poesía le ha ayudado a aventar las palabras de polvo , y ajustar la historia a ese paisaje sentimental, mezcla de ternura y solidaridad que el mundo iniciático de la adolescencia ayuda a formar entre los aprendices. Con pinceladas rápidas dibuja con precisión a los personajes y llena el pueblo con sus caras, palabras y vidas.
He disfrutado mucho leyéndolo, muy cercano, absolutamente recomendable.
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